De mis muchos viajes por el mundo me gusta recordar uno en especial, la aventura en la tierra de la luz escondida. Las gentes de aquel lugar poseían talentos que desconocían, pero a poco que el viajero se paraba a observar se podía distinguir con facilidad el tintineo de una luz en su interior, como el baile de la llamita de una vela que quiere hacerse grande y alumbrar a cuantos la rodean.
En
este lugar vivía la niña Yumara. La llama interior de esta niña se veía arder a
kilómetros de distancia, aún no la conocía y ya podía distinguirla en el
horizonte. Después me di cuenta de que no lucía con la misma intensidad en todo
momento, se hacía gigante cuando Yumara soñaba, pero no cuando dormía, sino
cuando soñaba despierta. Era capaz de crear mundos maravillosos con su
imaginación y con ellos devolverle la ilusión a la personas que la habían
perdido, era un don extraordinario. Sin embargo Yumara a veces no era capaz de
controlarlo y el mundo que creaba se hacía tan grande que la devoraba, la
engullía por completo, era como si desapareciera de la realidad: pasaba las horas
con sus dibujos, su música… en un ensueño que parecía no tener fin.
Cuando caía
en ese estado se olvidaba de todo lo demás, todas las tareas y compromisos se
quedaban sin hacer y además su don dejaba de ser útil a los demás porque estaba
tan aislada en su mundo que ni si quiera lo compartía con otras personas. En
cierta ocasión, hallándose en este estado de ensimismamiento, llegó a la ciudad
su cantante preferido, pero tan distraída iba que no se dio cuenta de los
carteles que anunciaban su próximo concierto, de sus amigas que la avisaron
para ir a comprar las entradas, ni si quiera escuchó al autobús que con gran
estruendo recorría las calles informando de la cita. Ya le había pasado en
otras ocasiones, pero en este caso el ensueño parecía ser más profundo de lo
habitual. Los deberes del cole se quedaban sin hacer y estaban empezando a
llegar calificaciones más bajas.
Una
mañana en la que caminaba distraída, al doblar una esquina se chocó con un
chico; el impacto le hizo salir por un instante de su embobamiento y con los
ojos como platos miraba a este chico que le pedía disculpas por el chocazo.
Yumara, paralizada, veía cómo el muchacho se alejaba cuando por fin su cerebro
reaccionó, “pero si es él, cómo he podido
no darme cuenta”. Corrió detrás de él para disculparse también ella y
pedirle un autógrafo. De vuelta a casa descubrió los carteles del concierto,
conversó con sus amigas sobre lo que le había pasado, e incluso se encontró con
su maestra, quien le puso al día de cómo iban sus notas en el colegio. Desde
entonces Yumara entendió que si se dejaba llevar por su mundo de fantasía podía
alejarla precisamente de aquello que más quería, así que decidió aprender a
controlarlo para que no volviera a
devorarla nunca más.
Precioso el cuento. Me encanta
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