lunes, 13 de abril de 2015

SAMIRA Y EL DRAGÓN




De mis muchos viajes por el mundo me gusta recordar uno en especial, la aventura en la tierra de la luz escondida. Las gentes de aquel lugar poseen talentos que desconocen, pero a poco que el viajero se para a observar descubre con facilidad el tintineo de una luz en su interior, como el baile de la llamita de una vela que quiere hacerse grande y alumbrar a cuantos la rodean.
Allí conocí a la niña Samira, una valerosa guerrera que no solo albergaba en su interior una pequeña llamita, convivía sin saberlo con un precioso dragón que la acompañaba allá donde ella fuera.
El dragón de Samira tenía una preciosa piel de color morado y unos brillantes ojos verdes capaces de advertir  cualquier cosa que ocurriera a su alrededor; por este motivo se estaba convirtiendo en un sabio dragón ya que no perdía la oportunidad de aprender cosas nuevas. Se trataba de un dragón valiente, con él a su lado Samira enfrentaba cualquier peligro, pero a veces, tal era su fuerza, que ésta se convertía en rabia, la rabia en fuego que expulsaba por su boca y, como todos sabemos, el fuego puede destruirlo todo. La rabia de su dragón dejaba a Samira desolada, todo parecía perder sentido y dejaba de disfrutar aprendiendo cosas nuevas. Decidió entonces que tenía que enseñar a su dragón a controlar la rabia, no perdió un minuto, se puso manos a la obra inmediatamente. Como el dragón no podía evitar sentir rabia, lo que hizo Samira fue redirigirla: cuando el vientre del dragón parecía prepararse para fabricar fuego Samira le enseñaba a respirar lentamente  hasta que se le enfriaba la barriga; y mientras respiraba le recordaba todas las cosas que había aprendido y lo bien que se había sentido esforzándose por aprenderlas. Si el fuego ya asomaba por la boca le enseñó a dirigirlo contra las piedras, para no dañar a nadie a su alrededor. Después se sentaba y pensaba en todas aquellas personas que le mostraban afecto y le ofrecían su ayuda cada día.
Y así, poco a poco, Samira fue educando a su dragón, tanto fue así que un día el dragón le pidió que se subiera en su lomo; la niña no lo dudó ni por un instante y comenzaron a un vuelo alucinante. Al principio sobrevolaron su barrio, más tarde la ciudad y entonces Samira comprendió que con su dragón como aliado tendría la fuerza necesaria para luchar por todo aquello que se propusiera en la vida.

A partir de aquél día la luz de Samira empezó a brillar con más y más fuerza y la luz de aquella tierra empezó a estar un poco menos escondida. 

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