domingo, 29 de marzo de 2015

LA VOZ DE SINDIA

De mis muchos viajes por el mundo me gusta recordar uno en especial, la aventura en la tierra de la luz escondida. Las gentes de aquel lugar poseen talentos que desconocen, pero a poco que el viajero se para a observar descubre con facilidad el tintineo de una luz en su interior, como el baile de la llamita de una vela que quiere hacerse grande y alumbrar a cuantos la rodean.
En una ocasión un sonido especial llamó mi atención y hacía allí encaminé mis pasos; a medida que me acercaba fui descubriendo que se trataba del canto de una mujer. Era una voz potente como el viento huracanado, resonaba en mis oídos con la claridad de un torrente de agua limpia que recorre su curso saltando de piedra en piedra.

Me costó distinguirla porque a su alrededor se había formado un corro de gente para escucharla: con su canto era capaz de alegrar los corazones de niños, mayores y ancianos, todos querían escucharla. Al terminar de cantar el grupo se disolvió y entonces pude comprobar con gran sorpresa que no se trataba de una mujer sino de una niña. Corriendo me acerqué a hablar con ella, quería saber de dónde sacaba la fuerza de su canto. Sindia, que así se llamaba, no supo contarme el origen de su voz, “me brota de dentro”, me dijo, sin más  explicación. Desde luego el canto prendía su llama interior y ayudaba también a los demás, que al escucharla sentía la suya en el pecho.
Pero un día le llegaron rumores de que no era la única niña por allí cerca que poseía aquella capacidad y  le entristeció terriblemente. Empezó a preguntarse si aquélla niña cantaría mejor que ella, si la escucharían más personas y bla,bla,bla, bla… su cabeza se llenó de resentimiento y envidia. Al cabo de los días sus amigas le pidieron que cantara una canción y cuando se dispuso a hacerlo ocurrió algo inesperado: abrió la boca pero ningún sonido salió, volvió a intentarlo varias veces pero no funcionó. Se marchó a casa desolada, pero por el camino un pajarillo, también cantor, se le posó en el hombro para susurrarle al oído. Nadie sabe exactamente qué fue lo que el pajarrillo le contó, pero a partir de aquél día la niña comprendió que la envidia bloqueaba no solo su voz sino todo su corazón: su generosidad, su alegría, la lealtad a sus amigas, todas sus virtudes desaparecían. Así comprendió que la fuerza de voz provenía de su corazón, si permitía que la envidia lo anulara no podría cantar nunca más. Decidió sacarse de encima todos aquellos pensamientos negativos de la cabeza y alegrarse de que en el mundo hubiera más personas que, como ella, eran capaces de despertar con su canto la alegría en las vidas de los demás. Al momento recuperó su voz.


1 comentario:

  1. Precioso, muy buena manera de reflejar las necesidades que hoy día tienen muchos niños y niñas de nuestra sociedad.

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