De
mis muchos viajes por el mundo me gusta recordar uno en especial, la aventura
en la tierra de la luz escondida. Las gentes de aquel lugar poseen talentos que
desconocen, pero a poco que el viajero se para a observar descubre con facilidad
el tintineo de una luz en su interior, como el baile de la llamita de una vela
que quiere hacerse grande y alumbrar a cuantos la rodean.
En
una ocasión un sonido especial llamó mi atención y hacía allí encaminé mis
pasos; a medida que me acercaba fui descubriendo que se trataba del canto de
una mujer. Era una voz potente como el viento huracanado, resonaba en mis oídos
con la claridad de un torrente de agua limpia que recorre su curso saltando de
piedra en piedra.
Me
costó distinguirla porque a su alrededor se había formado un corro de gente
para escucharla: con su canto era capaz de alegrar los corazones de niños,
mayores y ancianos, todos querían escucharla. Al terminar de cantar el grupo se
disolvió y entonces pude comprobar con gran sorpresa que no se trataba de una
mujer sino de una niña. Corriendo me acerqué a hablar con ella, quería saber de
dónde sacaba la fuerza de su canto. Sindia, que así se llamaba, no supo
contarme el origen de su voz, “me brota de dentro”, me dijo, sin más explicación. Desde luego el canto prendía su
llama interior y ayudaba también a los demás, que al escucharla sentía la suya
en el pecho.
Pero
un día le llegaron rumores de que no era la única niña por allí cerca que
poseía aquella capacidad y le
entristeció terriblemente. Empezó a preguntarse si aquélla niña cantaría mejor
que ella, si la escucharían más personas y bla,bla,bla, bla… su cabeza se llenó
de resentimiento y envidia. Al cabo de los días sus amigas le pidieron que
cantara una canción y cuando se dispuso a hacerlo ocurrió algo inesperado:
abrió la boca pero ningún sonido salió, volvió a intentarlo varias veces pero
no funcionó. Se marchó a casa desolada, pero por el camino un pajarillo,
también cantor, se le posó en el hombro para susurrarle al oído. Nadie sabe
exactamente qué fue lo que el pajarrillo le contó, pero a partir de aquél día
la niña comprendió que la envidia bloqueaba no solo su voz sino todo su
corazón: su generosidad, su alegría, la lealtad a sus amigas, todas sus
virtudes desaparecían. Así comprendió que la fuerza de voz provenía de su
corazón, si permitía que la envidia lo anulara no podría cantar nunca más. Decidió
sacarse de encima todos aquellos pensamientos negativos de la cabeza y
alegrarse de que en el mundo hubiera más personas que, como ella, eran capaces
de despertar con su canto la alegría en las vidas de los demás. Al momento
recuperó su voz.
Precioso, muy buena manera de reflejar las necesidades que hoy día tienen muchos niños y niñas de nuestra sociedad.
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