sábado, 28 de marzo de 2015

MARÍA SABE BAILAR


De mis muchos viajes por el mundo me gusta recordar uno en especial, la aventura en la tierra de la luz escondida. Las gentes de aquel lugar poseen talentos que desconocen, pero a poco que el viajero se para a observar descubre con facilidad el tintineo de una luz en su interior, como el baile de la llamita de una vela que quiere hacerse grande y alumbrar a cuantos la rodean.
En aquélla región vivía María, conocida por todos sus vecinos como la niña bailona y es que María sabía bailar; ni ella misma recordaba cuándo empezó a hacerlo. Parece ser que desde bien chiquita sentía cómo la música le hacía cosquillas en los pies, se le colaba por los talones y todo su cuerpo empezaba irremediablemente a bailar. Si la música cambiaba, su baile también lo hacía, y así, poco a poco, fue dominando todos los estilos conocidos. A menudo la música provenía directamente de su cabeza, por eso se la podía ver de camino al colegio dando piruetas; y en su danza contagiaba a todo el barrio, casi sin que se dieran cuenta iba enganchando en su baile a niños, grandes y ancianos, todo el mundo disfrutaba bailando con María.

Un día llegó a oídos de María que un cazatalentos andaba por el barrio buscando nuevas promesas para una compañía de danza. Al principio María se entusiasmó con la idea de que la escogieran pero al momento comenzó a sentir dudas: ¿Serán mis piernas lo bastante ágiles? ¿Llevarán mis brazos bien el ritmo? ¿Le gustará mi pelo, mi sonrisa, mi…? Enredada en estos pensamientos ni si quiera se percató que una música marchosa empezó a sonar justo a su lado pero ella no se movió ni un milímetro. Nadie era capaz de comprender lo que le sucedía y ella tampoco era capaz de explicarlo, era como si sus pies se hubieran quedado clavados en el suelo: su baile se había esfumado. Cansada de esperar a que algo sucediera se sentó  a esperar mientras veía cómo la gente se alejaba. Aburrida sacó su móvil y buscó su canción preferida, por lo menos escuchar música la consolaba. De pronto las notas musicales salieron del teléfono y bailando la rodearon, empezaron a hacerle cosquillas por todas partes y María rompió a reír. El Do, el Fa y el La se colaron traviesos en sus oídos hasta llegar a su cerebro y detrás les siguieron  el Mi, el, Re y el Sol  que se acomodaron en su corazón. Entonces María comprendió que ella no bailaba para gustar a nadie, que bailaba porque le hacía feliz, porque sentir la música y dejarse llevar por ella era también su manera de repartir felicidad a los demás, que sus piernas, brazos, sonrisa, eran perfectos sin necesidad de que ninguna persona se lo confirmara. Y casi sin darse cuenta se levantó y volvió a casa bailando igual que siempre.

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