De mis muchos viajes
por el mundo me gusta recordar uno en especial, la aventura en la tierra de la
luz escondida. Las gentes de aquel lugar poseen talentos que desconocen, pero a
poco que el viajero se para a observar descubre con facilidad el tintineo de
una luz en su interior, como el baile de la llamita de una vela que quiere
hacerse grande y alumbrar a cuantos la rodean.
En aquélla región
vivía María, conocida por todos sus vecinos como la niña bailona y es que María
sabía bailar; ni ella misma recordaba cuándo empezó a hacerlo. Parece ser que
desde bien chiquita sentía cómo la música le hacía cosquillas en los pies, se
le colaba por los talones y todo su cuerpo empezaba irremediablemente a bailar.
Si la música cambiaba, su baile también lo hacía, y así, poco a poco, fue
dominando todos los estilos conocidos. A menudo la música provenía directamente
de su cabeza, por eso se la podía ver de camino al colegio dando piruetas; y en
su danza contagiaba a todo el barrio, casi sin que se dieran cuenta iba
enganchando en su baile a niños, grandes y ancianos, todo el mundo disfrutaba
bailando con María.
Un día llegó a oídos
de María que un cazatalentos andaba por el barrio buscando nuevas promesas para
una compañía de danza. Al principio María se entusiasmó con la idea de que la
escogieran pero al momento comenzó a sentir dudas: ¿Serán mis piernas lo
bastante ágiles? ¿Llevarán mis brazos bien el ritmo? ¿Le gustará mi pelo, mi
sonrisa, mi…? Enredada en estos pensamientos ni si quiera se percató que una
música marchosa empezó a sonar justo a su lado pero ella no se movió ni un
milímetro. Nadie era capaz de comprender lo que le sucedía y ella tampoco era
capaz de explicarlo, era como si sus pies se hubieran quedado clavados en el
suelo: su baile se había esfumado. Cansada de esperar a que algo sucediera se
sentó a esperar mientras veía cómo la
gente se alejaba. Aburrida sacó su móvil y buscó su canción preferida, por lo
menos escuchar música la consolaba. De pronto las notas musicales salieron del
teléfono y bailando la rodearon, empezaron a hacerle cosquillas por todas
partes y María rompió a reír. El Do, el Fa y el La se colaron traviesos en sus
oídos hasta llegar a su cerebro y detrás les siguieron el Mi, el, Re y el Sol que se acomodaron en su corazón. Entonces
María comprendió que ella no bailaba para gustar a nadie, que bailaba porque le
hacía feliz, porque sentir la música y dejarse llevar por ella era también su
manera de repartir felicidad a los demás, que sus piernas, brazos, sonrisa,
eran perfectos sin necesidad de que ninguna persona se lo confirmara. Y casi
sin darse cuenta se levantó y volvió a casa bailando igual que siempre.
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