V: No quiero ir mamá, ¿por qué me llevas si te
estoy diciendo que no quiero ir?. Se quejaba Violeta intentando deshacerse
de la bufanda que le colocaba su madre.
MV: Violeta, en el colegio te lo pasarás muy
bien, jugarás con otros niños y niñas como tú y aprenderás un montón de cosas.
V: No quiero, no
quiero y no quiero.
MV: ¿Ah no, y qué esperas hacer aquí todo el
día? No puede ser, ya lo hemos hablado, tienes que ir al colegio. Dijo su
mamá al tiempo que en un rápido movimiento consiguió ponerle el pasamontañas,
que junto a la bufanda terminaron por cerrar la boca de la niña.
Enfadada al ver
que su madre no le hacía caso pensó: pues
si me cierras la boca, cerrada se quedará, mientras esté en el colegio no
pienso hablar con nadie.
Pasaban lo días
y Violeta no hablaba con nadie, a regañadientes seguía en solitario las
indicaciones del maestro, mientras observaba a sus compañeros/as cómo realizaban
sus tareas en grupo y cómo se divertían en el patio, pero ella siempre se
negaba a participar en sus juegos.
Maestro: Ay, esta niña, llevamos casi un mes de clase
y todavía no sé que voz tiene. Pensaba el maestro preocupado.
Un día en el
recreo Sancho celebraba su cumpleaños. Repartía caramelos entre todos los
compañeros/as, preguntando a cada uno ¿cuál es tu caramelo preferido?, y como
si de un mago se tratara, iba sacando de un saquito de colores los dulces que
sus amigas y amigos le pedían.
Violeta no podía
resistirse, se le hacía la boca agua viendo salir una a una las gominolas del
saquito de Sancho. Se acercó al grupo y musitó:
V: piruleta. Viendo que Sancho no respondía
a su petición, repitió un poco más fuerte:
V: piruleta, piruleta. Pero nada, no
obtenía respuesta. Miraba a sus compañeros asombrada, pues nadie parecía
escucharla, e insistía:
Piruleta, yo, eh aquí, ¿pero es que no me
veis?, a mi me gustan las piruletas.
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